Lewis Carroll
Cuando Alicia atravesó el espejo la realidad pareció (sólo pareció) sufrir algunos trastoques: para avanzar había que retroceder, primero el dedo sangraba y después se pinchaba con la rosa, el criminal iba a la cárcel y luego cometía el delito... En fin, como en Alicia en el País de las Maravillas, la pequeña protagonista se zambulle en un mundo con códigos complicadísimos de tan lógicos -vuelto ahora un gigantesco tablero de ajedrez-, donde se pavonea toda una galería de personajes desopilantes, un poco soberbios y un poco necios, entre los que sobresalen la Reina Blanca, Carabirulín y Carabirulán -que recitan a Alicia el extraño poema de "La Morsa y El Carpintero"-, Pepín Cascarón, el Caballero Blanco, el León y el Unicornio, etc. No obstante, algo casi elegíaco atraviesa todo el libro, desde los versos que lo prologan hasta aquellos que lo cierran. El universo de la lógica tal como nos lo propone el reverendo Dodgson tiene sus innumerables, grotescas y saludables grietas, y por ellas se filtra también su encantador y extraño humor. Y como comenta Ricardo Mariño, "este libro maravilloso, que para ser disfrutado afortunadamente no requiere del lector la misma erudición en Lógica que tenía Carroll, se hace más amable en la tersa e inteligente traducción de Graciela Montes". Por su parte, las ilustraciones de Gustavo Roldán (h) nos traen una propuesta basada en el collage y la estilización que rompe con los tradicionales dibujos de John Tenniel a los que -Walt Disney también mediante- estamos acostumbrados.